Título original: Love Too Long, originalmente publicado en Airships (1978). La traducción es mía.

Mi cabeza se está prendiendo fuego y tengo un corazón a punto de escaparse a través de las costillas. Lo único que puedo hacer es moverme de silla en silla con mi cigarrillo. Llevo puestos anteojos de sol. No puedo ni leer una revista. Hay días en que tomo mis binoculares y observo el cielo. Me echaron. No puedo encontrar un trabajo. Mi esposa tiene uno y toma clases de aviación. Cuando pasa sobre la casa con su avión, tengo miedo de que la cague y se estrelle.

Tengo que regresar al trabajo y al hastío. Tengo que volver a ser un hombre. No podés caminar por la casa tomando café y cerveza todo el día, pensando en ella quitándose el corpiño. Nos casamos y nos divorciamos dos veces. A veces desearía que me gustara algún deporte. Compré un equipo de croquet a pagar en cuotas en Penny’s. El día que lo estrené me harté de tal manera que me deshice de todas las pelotas arrojándolas en los arbustos y están allí pudriéndose, apuesto a que cubiertas de moho, ni quiero ver.

Algunas tardes ella se ubica exactamente sobre el techo de la casa y pone el avión patas arriba. O quizás sea su instructor. No sé cuán avanzada está. Tengo miedo de preguntar. En la segunda o tercera noche ella entra en la casa. Quiero arrancarle el brazo. Quiero dormir en su útero con un pie colgando hacia afuera. Algunas noches me deja lamerle las orejas y las rodillas. No puedo hablar de eso. Me estoy convirtiendo en una persona lamentable. Tal vez Hobe Lewis me permita cargar gas y vender cebo en su estación de servicio. Estoy llegando al punto en que haría trabajo de negro.

Haría trabajo de judío, de suizo, de gallego. Cualquier cosa.

Ella nunca se llevó sus cosas. Solo se fue. Ella puede ser un montón de cosas -tiene un título universitario. Siempre tuvo su propia cuenta bancaria. Quería una casa mejor que esta, pero sabía ser paciente. Comía cualquier comida con una sonrisa dulce. Se movía por la casa con un ritmo feliz, como si le importara.

Creo que las mujeres están más cerca de Dios que nosotros. Andan caminando por ahí con total conciencia de lo que están haciendo. Ella iba y venía por la casa, leyendo un libro. Nunca la vi demasiado tiempo sentada, a menos que estuviese bebiendo. Puede beberte debajo de la mesa si se lo propone. Después se para y te prepara un omelette de sardinas y morrones en un toque. Me inculcó el gusto por esto, con un poquito de ketchup caliente al costado del plato.

Cuando camina por la casa lo hace con un movimiento de vaivén, así, de un lado al otro. He observado su cara demasiadas veces mientras se queda dormida. El omelette sabe a ella. Me vuelve loco.

Hay cosas por hacer en este mundo, dijo ella. Esta relación lleva demasiado tiempo. Nos va a volver inútiles a los dos, dijo. Nuestro amor no es de esos amores que engrandecen el corazón. Así dijo. Nunca me fue infiel que yo sepa. Y si lo supiera no me importaría porque sé que se juró a mí.

Soy su para siempre y ella es mi para siempre y ese es todo el problema.

Traté durante dos años de embarazarla. No funcionó. La primera vez que le hicieron estudios el médico dijo que estaba demasiado nerviosa para concebir un bebé. Era enfermera en un hospital y traía todos los papeles que ella misma falsificaba cuando yo necesitaba certificados. Por ejemplo, cuando conseguí trabajo como operario en una obra en construcción en las alturas. Un operario puede gatear y mantener el equilibrio donde nadie más puede. Siempre trabajé en cosas que me aterrorizaban. Te soy sincero. Pero pagaban bien ahí afuera en las vigas. Aquí viene lo gracioso. Yo era liviano y ágil, pero allí arriba, debajo de las narices del sol, siempre me sentía enfermo. Me quedó un bronceado permanente. Algunas personas piensan que soy turco. Me iba bien.

Cuando estaba en la Marina, hice dos años en la Universidad de Bakersfield en California. Lo que equivale a decir que puedo leer, contar y entender de sentimientos elevados. Esas mujeres que recibían mi cheque no me generaban ninguna molestia, toda su bisutería, sus acentos y computadoras. Te diré lo que me gustaba de lo que estudiábamos en Bakersfield. El viejo James Joyce y su libro Los cuentos de Canterbury. Nunca te habrías imaginado que en esa época alguien podía escribir “un pedo bien de cerca cegó a Absalom” . Toda esa gente saltando y garchando en la noche, andando por ahí, como el año pasado en la fiesta de Ollie de la que nos fuimos cuando empezaron los tríos y las polaroids. Porque nos amábamos demasiado el uno al otro. Ella dijo que era algo que lamentaríamos al día siguiente.

Su nombre es Jane.

Una vez le fui infiel. Estaba borracho en Pittsburgh. Me estaban tomando el pelo por ser un operario en el Sur. Nos dejaron solos a esta chica y a mí en un bulo de la zona de Oakland. La chica hizo todo. Durante el tiempo que duró la cosa me la pasé extrañando a Jane. Cuando vas al hecho en sí, no hay mucho que hacer. Son solo brazos y piernas. No vale un carajo.

La primera cosa que Jane hizo fue dar un paseo en una casa flotante con esa estrella de cine que estaba parando en Carolina del Sur para filmar su regreso a la pantalla grande. No puedo decir su nombre, pero es petiso y ahora su cara se ve avejentada y tiene aspecto de chancho, a diferencia de la que tenía en la época en que la juntaba con pala. Había sido una estrella y ahora estaba intentando volver como protagonista en una película sobre odio y traición en Dixie. Todos los que estaban a bordo le tiraron lances zarpados a Jane. Yo no fui. No estaba invitado. Ella había quedado seleccionada como extra para la película. El tipo que la eligió le hizo unos comentarios bestiales. Esto fue durante nuestro primer divorcio. Se tiró del barco y volvió nadando a casa. Para que se den una idea así de hermosa es ella. Había un camarógrafo en el barco que la vio nadando y la filmó. Lo incluyeron en la película. Me senté y la vi cuando la estrenaron.

Lo siguiente que hizo fue tener una relación con un arquitecto de bigote. Él le diseñaba su casa gratis y ella ponía ahorros en el banco mientras esperaba. Según me dijo él nunca la tocó. Solo usaba bigote y una medalla de oro alrededor del cuello y comía yogurt y dibujaba casas todo el día. Trabajaba para él como secretaria y consultora paisajista. Jane siempre fue buena en lo que respecta a árboles, arbustos, flores y demás. Lideró casi en solitario muchas de esas campañas para salvar árboles. Hasta se ocupó de escribir una carta al editor de un periódico.

Solo dos de todos los edificios en los que trabajé de obrero le gustaban. Dijo que el resto eran como la muerte de pie.

El arquitecto le hacía usar su anillo en su dedo. La vi usándolo por la calle en Biloxi, Mississippi, una tarde, saliendo de un negocio. Allí estaba con un peinado nuevo y un vestido ajustado y escotado y por Dios qué suerte que la vi. Yo estaba en un colectivo yendo hacia el Hotel Palms House donde nos estábamos quedando después del huracán. Casi vomito mis riñones del dolor.

Quizás tengo que ir a la iglesia, me dije. No puedo soportar esto solo. Deseé ser Jesús. Alguien que nunca había bebido o deseado echarse un polvo. O conocido a Jane.

Ella y el arquitecto estaban juntos bebiendo unos tragos de moda en el parador de una playa cuando su ex-esposa de New Hampshire se apareció desnuda con un revólver cargado con una sola bala que había sido usado en la guerra Franco-Prusiana- era una pieza pintoresca que colgaba de la pared en la casa de ambos cuando él estaba en Darmouth- y gritando. El bar se vació, Jane incluida. La ex-esposa intentó alcanzar al arquitecto con la bayoneta. Destrozó toda la pared detrás suyo y él rodó por debajo de las mesas. Luego intentó tirar para atrás el martillo del revólver. Los policías que habían entrado se asustaron y se fueron. El arquitecto salió y se arrojó a los brazos de Jane, que estaba afuera en el patio creyendo que se encontraba a salvo. Él quería morir abrazado a su amor. Jane no quería morir de ninguna manera. Aquí viene la mujer desnuda, gritando con el arma lista.

“Ey, ey”, dice Jane. “Corazón, no necesitás un revólver. Tenés un cuerpo espectacular. No entiendo cómo Lawrence pudo dejarte”.

La mujer bajó el arma. Estaba bañada en sudor y pálida como la clara de un huevo. Allí afuera el sol brillaba sobre el mar. El pelo le llegaba casi al culo y tenía el rostro desencajado.

“Mirála, Lawrence”, dijo Jane.

El tipo se dio vuelta y miró a su ex-mujer. Susurró: “Era adorable. Pero su personalidad me enfermaba. Me estaba matando. Era una agonía”.

Cuando llegué allí, la mujer desnuda estaba sobre el regazo de Lawrence. Jane y un montón de gente permanecían parados mirándolos. Se habían vuelto a enamorar. Lawrence estaba chupando su pecho. Era una escena agradable. El arma reposaba en la arena. No fue necesaria la intervención de la ley. Yo solo me sentía humillado. Intenté huir antes de que Jane me viera, pero había estado bebiendo y fumando mucho la noche anterior y tosí como un viejo de noventa y nueve años. Todos en el patio excepto Lawrence y su mujer se voltearon a mirar.

Pero en Mobile nos arreglamos de nuevo. Ella enseñaba arte en una escuela privada donde solo aceptaban a negros de categoría. Y yo era un operario en el primer estacionamiento importante que se estaba construyendo en la ciudad. Teníamos tanto dinero que íbamos a restaurantes hasta para desayunar. Durante un tiempo ella creyó estar embarazada y yo no podía más de la alegría. Quería una bendición del cielo -como dicen los pastores- con Jane. Creía que eso crearía un lazo vivo entre nosotros que nunca se rompería. Iría más allá de la biología, hacia la magia. Pero fueron solo 18 meses en Mobile y nos fuimos un día lluvioso de invierno, ella sin estar embarazada. Solo estaba flaca y sus ojos eran los habituales diamantes marrones, y había empezado a tener dolores de cabeza.

Dejame contarte acerca de Jane bebiendo ponche en una de las fiestas en la Universidad de Florida donde ella trabajaba. Un hippie había puesto LSD en la bebida y había profesores en la casa, dando vueltas, haciendo comentarios sobre las azaleas y hablando mal de la Administración. Yo nunca tomé ponche porque había llevado mi propia vitamina en el auto. Aquí estaba, autofelicitándome por hacer la mía entre estos profes. Uno de ellos miró a Jane enfundada en su vestido largo, sin saber que estaba conmigo. Le dijo a otro: “Es agradable a la vista, pero no le pidas más”. Le dije que había escuchado que también era inteligente y que había participado de la reunión de nadadores de Missouri cuando apenas cursaba el primer año de la escuela secundaria. Otro tipo habló. El LSD estaba pegando. Yo no lo sabía.

“Me gustaría entrarle a su cerebro. Apuesto a que su cerebro es mejor que su tajo. Me gustaría que su pelo cayera sobre mi pija. Me encantaría tirar de esas orejas con argollas de plata y…¿cómo se dice?…”

Este tipo era el director del departamento.

“Si yo fuera un terremoto, la haría temblar”, dijo un tipo de barba candado que fumaba en una boquilla de marfil.

“La belleza es pasajera”, dijo su horrible esposa. “Lo que perdura es tu resistencia a la insignificancia y el tedio. Y quizás, más que nada, tu habilidad para disimular los pedos”.

“¡Ay, Sandra!” dice su marido. “Creía haberte enseñado mejor. A fin de cuentas fuiste a Vassar para no decir cosas como esa, yegua”.

“Fui a Vassar para conocer a un hombre con estilo y fortuna y una chota enorme. Luego regresé a casa, a la mierda de Florida y a vos”, dijo ella. “Lavando medias, ropa interior, discutiendo con algún boludo en Sears”.

Conocí a Jane frente a la fuente de ponche. Se lo estaba bajando todo mientras hablaba con el capo de los libreros, que era su jefe. Era un escocés con un montón de títulos de libros en la cabeza. Jane dijo que no había leído uno en 30 años pero que se sabía el título de todos. Realmente disfrutaba de hablar con tipos gordos y viejos más que nada. Su conversación ideal era una que no involucrara al sexo. Odiaba todos los diálogos con sus admiradores porque cada palabra estaba manchada de indirectas lujuriosas. Uno de sus pequeños y extraños sueños era ser una especie de nube con orejas, ojos y boca. Caminé hacia ellos sin que me viera y la oí decir: “Te amo. Quisiera mimarte hasta la muerte”. Y puso su mano en la barriga de él.

Así que al rato yo le estaba pegando al librero en el cuello y en el pecho. Era una persona enorme, parecía una estatua de algún caballero notable de la antigüedad. No podía hacer nada para derribarlo. Se bancó todas mis piñas sin pestañear.

“¡Desgraciado!, grité mirando hacia arriba. “¡Creí en Vos intermitentemente toda mi vida! ¡Más te vale que allá arriba haya algo como Jane o Te humillaré! Me voy a revolcar como un cerdo por toda la ciudad. Voy a aparecer en lugares públicos y te voy a avergonzar hasta la mierda, ¡gritando que soy un Cristiano!”

Nos divorciamos por segunda vez después de eso.

Ahora estamos en Richmond, Virginia. Me echaron. Inflación o recesión o lo que sea que me haya mandado al muere. Oh, no fue la culpa de nadie, dijo el jefe. Logré vender mi tercer auto yo solo, dice. En mi casa ya no comemos la cantidad de carne que solíamos comer, dice.

Así que estoy en esta casa con mis binoculares, moviéndome de silla en silla con mis cigarrillos. Ella vuela sobre la casa y pone el avión patas arriba todas las tardes. ¿Quiero eso decir que me ama tanto que pagaría por un avión para mi jardín? ¿O está diciendo: mirá esto, nunca me importó nada más que la diversión en el aire?

Nada en el mundo importa a excepción de ti y tu mujer. La amistad y la política se van al diablo. Mi amigo Dan, que vive tres pisos más abajo y que también es desempleado, viene cuando puede pagar el precio de un pack de seis latas de birra.

No es lo mismo.

Me voy a morir de amor.

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