“Georgia”: cómo seguir, qué ser, dónde morir.

Victoria Sosa Corrales
3 min readJun 14, 2022

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“Georgia”, el cortometraje del director coreano Jayil Pak, son treinta minutos de gran potencia y austeridad, depurados de adornos inútiles, pero no por eso privados de belleza.

Está basada en un caso real de violación grupal que sucedió en 2004 en Miryang, Corea del Sur, donde un grupo de más de 40 varones adolescentes violaron sistemáticamente durante casi un año a varias alumnas de escuela secundaria. El hecho produjo gran conmoción social; no solo por lo bestial de los actos, sino por cómo fue manejado el proceso posterior de investigación. Para empezar, las víctimas fueron acusadas por la policía de provocar los ataques. Además, sus datos personales fueron filtrados a los medios por los propios investigadores y fueron obligadas a reconocer a los sospechosos cara a cara. La brutalidad con la que fueron tratadas estas chicas contrasta con la benevolencia que mostró la justicia para con los criminales: prácticamente ninguno pagó por sus actos. Todo fue arreglado entre gallos y medianoche, en tribunales de menores, con penas que nunca se cumplieron o, claro, con plata como forma de resarcimiento a las familias de las víctimas. “¿Cómo puede ser que un crimen desaparezca con dinero?”, grita el padre de Jina. A los culpables les aguardaba un futuro brillante, habían sido seleccionados para importantes universidades o conseguido buenos trabajos. Los fiscales consideraron que nada podía apartarlos de su destino de hombres intachables, ni siquiera haber sido los violadores de varias niñas.

La película se inspira en el caso de Miryang para mostrar, ya con la investigación cerrada, la realidad tremenda de una pareja cuya hija, Jina, que además es una de las víctimas, se acaba de suicidar. Decididos a no abandonar la lucha por la reapertura de la investigación, destinan el poco dinero que tienen a producir carteles que exigen justicia, con la particularidad de que lo hacen intentando replicar la tipografía Georgia en una versión del alfabeto coreano, un proyecto en el que trabajaba su hija cuando aún vivía y soñaba con ir a estudiar diseño a Estados Unidos.

La pregunta por lo que queda y cómo continuar viviendo después de la tragedia recorre como un fantasma toda la película. Cómo seguir, qué ser, dónde morir, supo escribir la poeta argentina Susana Thénon. “Todavía tenemos una vida que vivir”, dice el padre, pero también lo dice la madre de uno de los sospechosos.

¿Cómo honramos a nuestros muertos? ¿Debemos actuar por quienes no pudieron hacerlo? ¿Cómo dialogamos con ellos? ¿Cuál es el costo y las consecuencias de reclamar justicia en un mundo que parece fuera de quicio, donde los valores se encuentran trastocados, donde las mínimas cosas en las que parecíamos estar de acuerdo también son cuestionadas? ¿Qué es la justicia? ¿De quién es la justicia? ¿Está la policía, como reza el cartel en la puerta del edificio donde acuden a la mediación los padres de Jina, siempre de nuestro lado? ¿Hasta dónde seguir?

La pueden ver en la web de The New Yorker, en este link.

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