Irvine Welsh: la salvaje genialidad de La Naranja Mecánica

Victoria Sosa Corrales
12 min readMay 25, 2019

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Esta es una introducción editada de la nueva edición de La Naranja Mecánica de Folio Society, ilustrada por Ben Jones.

Traducción: mía.

Original:http://www.telegraph.co.uk/culture/books/11129134/Irvine-Welsh-the-savage-greatness-of-A-Clockwork-Orange.html

El autor de Trainspotting, Irvine Welsh, le rinde homenaje a Anthony Burgess

Pocos escritores, sin importar los reclamos a su favor hechos por la crítica literaria, han podido generar grandes momentos culturales. Uno que ciertamente lo hizo fue Anthony Burgess, con su novela La Naranja Mecánica. Y, como los novelistas suelen ser tercos por naturaleza, él era muy ambivalente respecto de esta cuestión. Burgess solía referirse peyorativamente al libro, publicado en 1962, como una “nouvelle”, considerándola una parte intrascendente de su canon Brobdingnagiano*. Culpó (y realmente no hay un término mejor para expresarlo) por la repercusión del libro a la adaptación fílmica de Stanley Kubrick, que apareció nueve años después de su publicación.

Mi generación estaba obsesionada con su estilo creativo, una película que rechazaba tanto las cuestiones del Hollywood más convencional como las afectaciones europeas del cine de autor para ganar un terreno exclusivo para el cine británico independiente. La película de Kubrick fue una influencia para la era Ziggy de David Bowie, y fueron esas credenciales copadas las que me empujaron a volver sobre la película, la cual había visto por primera vez en una función de trasnoche varios años después de que hubiese sido estrenada. Como suele suceder con estas cosas, pocos de nosotros habíamos gozado de contacto alguno con la novela. Como escritor que ha tenido varios de sus libros adaptados a la pantalla grande, me siento un poco incómodo reconociendo que yo pertenecía a ese grupo.

Recuerdo a mi padre dándome una copia de La Naranja Mecánica en mis primeros veintes. Como a mi, le había gustado la película, pero me dijo que el libro era superior, dando cuenta así, creo, de que era Burgess la fuente original de aquel gran fenómeno.

Para un hombre que escribió de forma tan prolífica y diversa, ser considerado por una magra pieza de ciencia ficción iba a ser siempre una ironía dura de soportar. Es esta vasta producción de increíble alcance lo que convierte a Burgess en un escritor tan difícil de catalogar. A través de un bosque de 32 novelas, un manojo de composiciones sinfónicas, dos libros sobre Joyce, una biografía sobre Shakespeare y un estudio de la lengua inglesa, así como también varios guiones de cine, incluso a la distancia de su muerte acaecida 20 años atrás, no ha emergido una visión sobre su obra que se diferencie de las que ya conocemos. Una evaluación del mérito literario de Anthony Burgess es una empresa difícil, que va más allá de los objetivos de este ensayo.

Afortunadamente, otros se han ocupado de esto. Hay dos biografías póstumas de Burgess, ambas críticas, y surgidas a partir de sus dos volúmenes de autobiografía, donde se deja ver como un narrador en el que no se puede confiar. Una de ellas, escrita por Roger Lewis, hace un relato entretenido pero abiertamente hostil, mostrando a Burgess como un perdedor literario pomposo y psicológicamente dañado. Un libro más generoso, pero en algunas cosas no menos crítico es el de Andrew Biswell, que les brinda un espacio generoso a amigos y enemigos de Burgess, dejándolos construir su retrato. La vida de Burgess fue una fuente fundamental de inspiración para su ficción, y en su autobiografía demostró que no era contrario a crear y propagar mitos sobre su persona. Como Biswell sugiere, seguramente exageró la anécdota sobre su padre tocando el piano en un cine de Manchester y probablemente le agregó algo de ficción al pasado de su madre como joven actriz de music-hall.

Aún así los hechos básicos, y no polémicos, sobre su vida fueron sin dudas significativos para su carrera como escritor, y particularmente para La Naranja Mecánica. Bautizado católico como John Burgess Wilson en Manchester en 1917, fue el hijo de un padre que tenía algún que otro interés por la música, y una madre con vínculos teatrales.

Tristemente, ella pereció en una epidemia de gripe un año después (junto con su hermana), y Burgess fue criado por una madrastra que detestaba. Su padre parecía interesarse más por los bares que por la familia, y el pequeño Anthony tuvo una infancia infeliz y ordinaria.

Luego de su educación en la escuela secundaria, asistió a la Universidad de Manchester, donde estudió literatura y conoció a su esposa Lynne. En los 40' y 50' actuó en Gibraltar como oficial en los Cuerpos de Educación. Su trabajo consistía en dar clases a las tropas del servicio nacional sobre “La vía Británica y su propósito”, la cual, reflejando los tiempos, ofrecía una mirada optimista, y vagamente socialista, preocupada mayoritariamente por la transición de Imperio a Commonwealth.

Aún así, este período anunció el comienzo de una época muy turbulenta en su vida. Cuatro soldados desertores Americanos GI’s violaron y apalearon a su mujer; se dijo que sufrió un aborto espontáneo y padeció problemas ginecológicos de largo plazo como resultado de este ataque. De cualquier manera, los Burgess eran fuertes bebedores e historias de infidelidades y promiscuidad abundan en sus biografías, algo concluyente en el caso de Lynne y más conjetural en el caso de Anthony.

La próxima parada de la pareja fue Malasia. Donde la reputación sobre su vida social continuó manteniéndose como hasta entonces, mientras Anthony enseñaba en algunas escuelas inglesas coloniales. Su salud se deterioró y, en 1959, se desmayó y fue llevado de urgencia a Inglaterra con la sospecha de que tenía un tumor cerebral, lo cual no fue más que una falsa alarma. Burgess, no obstante, continuó disfrutando de cantidades prodigiosas de gin y cigarrillos (80 al día en su pico más alto) y dedicado al trabajo escribiendo mil palabras diarias, siete días a la semana.

En la biografía de Biswell, amigos y enemigos se encuentran unidos en una denigración casi universal de la desgraciada Lynne Burgess. Al parecer se rebeló, mucho más que él (y probablemente como resultado de no tener ningún otro rol), en la vida licenciosa de la colonia, y murió de insuficiencia hepática en 1968. Se decía que un cajón semanal de gin era llevado a su domicilio y que Burgess la despertaba cada mañana con una copa.

Regresó a Gran Bretaña por un corto período de tiempo, antes de viajar rápidamente al extranjero en una casa rodante junto a su segunda esposa, Liana Macellari, una traductora italiana con quien se casó más tarde ese año, justo seis meses después de la muerte de Lynne. La pareja había mantenido un affaire durante varios años, y el hijo de Liana fue subsecuentemente reconocido como suyo.

Al parecer, Burgess se daba cuenta de que se estaba convirtiendo en un estereotipo hosco y vetusto; el idealista del bachillerato que había hecho dinero y vivía un exilio alimentado por el gin en un descenso hacia una edad gruñona y reaccionaria, estaba constantemente preocupado acerca de cómo ocultar del Gobierno británico su creciente riqueza. Para un hombre que bebía en exceso y se mostraba abiertamente preocupado por el dinero, Burgess sí subvirtió una trayectoria artística: más que morir en la miseria, terminó convirtiéndose en millonario. Esto se debió en parte a su naturaleza sorprendentemente prolífica, una de sus características más admirables; aunque casarse con Liana, una condesa italiana, probablemente no le hizo mella en ese sentido. Mientras varios proyectos de escritura brotaban por detrás de las paredes de distintas casas de campo alquiladas, allí acechaba La Naranja Mecánica, con casi diez años de antigüedad a punto de darle una fuerte notoriedad con el lanzamiento del film de Kubrick en 1971.

Los cimientos de la novela fueron, probablemente, el profundo sentido del pecado de Burgess, heredado de su crianza católica, el optimismo de post guerra sobre la reforma educacional en la cual estuvo involucrado, y en su temor por el socialismo de estado que se manifestaba en el alza de las cargas tributarias para los ricos. Vinculado a todo este se encontraba un anticuado sentido de lo Inglés al que los exiliados son propensos a aferrarse. No es disparatado afirmar que fue marcado por la tragedia del ataque a su primera esposa, o que el protagonista de la novela, Alex, toma el amor por la música clásica directamente del propio autor.

Todos los factores arriba mencionados colaboraron para producir la trascendental obra que con frecuencia el tiempo pareció haber vuelto demasiado vulgar, escandalosa y petulante para su erudito autor. Aún así, La Naranja Mecánica, con su vocabulario fabulosamente innovador, y su animosidad vitriólica contra todo tipo de intentos estatales dirigidos a reformar al individuo, no se encuentra ni cerca de la periferia del Canon Burgess como él hubiera esperado que otros lo vieran.

En la novela, Burgess crea un mundo disonante, hiperreal pero fácilmente reconocible. La violencia es bufonesca y teatral, el lenguaje es un desafío hermoso que vale la pena las primeras doce páginas y luego continúa dando motivos para disfrutarlo. William Borroughs escribió: “no conozco a ningún otro escritor que haya hecho tanto con el lenguaje como el señor Burgess ha hecho aquí”. El Nasdat hablado por Alex hace más que llevar a los lectores a admirar su artesanía lingüística: los obliga a atravesar la mecánica de su propia comprensión, a través de la cual deben desplegar su aprehensión de la sintaxis y desenterrar cualquier conocimiento de etimología que puedan tener como medio para desentrañar el sentido de esas palabras tan poco familiares de sus contextos. La formalidad estilizada y el paso inesperado de lo sublime a lo trivial en una suerte de anticlímax (Bathos) que es recurrente en la voz de Alex, el narrador, convierte a este proceso en siniestro y a la vez hilarante.

Alex y sus drugos vagan por una ciudad disfuncional en una Gran Bretaña del futuro y distópica. Publicada en 1962, cuando”nunca estuvimos mejor”**, de acuerdo al Primer Ministro MacMillan, La Naranja Mecánica es tanto un respaldo como un retruque a las respuestas reaccionarias hacia la floreciente cultura juvenil y el pánico moral que vigilaba a pandillas de supuestos bandidos, jóvenes salvajes desde, bueno, siempre. En el período de posguerra, próspero y de la era de la televisión, la persistencia y el incremento de la estilización de la violencia urbana en cultos juveniles parecía presentar un nuevo conjunto de desafíos al orden burgués.

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Burgess, casi un reaccionario que se hizo a sí mismo, hace lo que todos los grandes novelistas deberían hacer: ir contra los preceptos burgueses, sean estos de derecha o de izquierda. Con el desenmascaramiento de la hipocresía de la rehabilitación, esta es una novela tan política como 1984 de George Orwell.

Gran parte de la hostilidad de Burgess hacia su creación se origina en la desaparición del último capítulo de las ediciones norteamericanas de la novela. Su editor de Estados Unidos lo omitió esgrimiendo el principio casi religioso por el cual, enamorado de esa cultura, todo aquí está bien (En Estados Unidos), mientras que cruzando la calle el peligro acecha. Este es el tipo de pensamiento infantil que le permite a los autores, directores de cine y gobiernos crear monstruos con el objetivo de aterrorizar y manipular a la población civil de una nación.

En este capítulo final, Burgess muestra a Alex dejando atrás sus crímenes, mirando hacia el pasado y observando todo como un poquito triste y vergonzante -el comportamiento ridículo de los niños imbéciles- y, mientras sigue el cliché, decide que sus hijos no cometerán los mismos errores que él. Básicamente, es la verdad hermosa de la redención, y la lección asombrosa y mundana de la vida real. No es profundamente dramático; pero posee verdad social, honestidad intelectual y la moralidad intrínseca de una buena narración. Esto hace surgir la pregunta incómoda: ¿cuál de estas cosas es más importante para el novelista? ¿Para el lector?

En un principio Burgess estuvo de acuerdo con prescindir del capítulo 21 por dinero pero, una vez que había hecho una buena cantidad, insistió en que fuera reincorporado al libro. Estuvo en lo cierto haciendo esto, aunque es entendible por qué Stanley Kubrick, a pesar de filmar en Gran Bretaña, eligió trabajar con la edición estadounidense omitiéndolo. Esto fue comprensiblemente una herida abierta para Burgess, aunque su ira fue dirigida no hacia el director de la película, con quien se mantuvo en buenos términos, sino a sus editores norteamericanos. Ulteriormente cedieron, incluyendo el último capítulo en ediciones posteriores, en 1986 con una introducción del propio Burgess titulada La Naranja Mecánica Rechupada. Esta es una lectura maravillosa, con Burgess regodeándose en su lado materialista y sentencioso, pero también exhibiendo su lado ingenioso, capaz de burlarse de sí mismo y moralista. Si las novelas de un escritor son sus hijos psíquicos, La Naranja Mecánica fue el pendejo quilombero que huyó de casa, vivió la vida salvaje de un drogadicto quemado, ladrón y vagabundo, y terminó ganando millones en la lotería.

El hecho de que haya resultado mejor por esto fue algo muy difícil de asimilar para el autor. Los escritores tienden a permitirse la arrogancia de afirmar que han hecho su mejor trabajo en sus últimos años: la recompensa por una vida entera de acumulación de conocimientos, sabiduría y habilidades. Como la mayoría de los artistas creativos, sin embargo, es por lo general la frescura de sus (relativamente juveniles) voces que tiende a cautivar al público. Con sus aspiraciones joyceanas, Burgess nunca estaría contento con ser definido como el autor de La Naranja Mecánica. Pero mientras el jurado ha permanecido al margen de sus otros trabajos, esta “nouvelle” lo estableció como un escritor del gran estado de Inglaterra, con un oído privilegiado para el idiolecto, el registro y la interacción de las palabras y la estructura gramatical. Sin embargo, por mucho que se haya mostrado interesado en responsabilizar a Kubrick por el fenómeno, omisión del último capítulo aparte, la película sigue las ideas y la trama de su creador prácticamente palabra por palabra.

El terreno estilizado de Kubrick, debido al retrato magistral de Malcolm McDowell del ingenioso, vicioso, amoral personaje de Alex, está extraído directamente de las páginas de la novela. Puede que Poderes Terrenales (Earthly Powers) sea el próximo Ulysses, pero por ahora muy pocos lo afirman. Hasta que esto suceda, Burgess está atascado en La Naranja Mecánica, una situación con la que alrededor del 99,9% de la gente que pone tinta sobre el papel en vistas a un intento creativo se conformaría alegremente. Así que a menos que una re-evaluación significativa ocurra (y esto no deja de ser una posibilidad), la sospecha permanece en cuanto a que Burgess hizo lo que muchos escritores en vías de envejecer hacen para ocultar una creatividad que empieza a palidecer: se trepó con determinación al árbol del conocimiento. Esto resulta irónico, ya que muestra que aprendió la lección del gran historiador A J P Taylor, quien según dicen una vez escribió en un ensayo que le había entregado el joven Burgess en la Universidad de Manchester: “un montón de buenas ideas arruinadas por la falta de conocimiento”. Es una lección brillante para la vida, pero quizás no para escribir novelas, donde con frecuencia lo inverso puede suceder, y los escritores se vuelven impotentes por el deseo auto-justificante de exhibir erudición a expensas de inteligencia emocional.

Hay excepciones notables, pero hablando en términos generales, la adopción de una filosofía política conservadora y reduccionista raramente anuncia una era floreciente para un artista. En la mayoría de los casos, el endurecimiento de las arterias políticas es acompañado por un destino similar en las creativas. En su vida tardía, Burgess leía, escribía, bebía gin, desesperado por las malas críticas y vivía la vida de un exiliado hastiado, deseando ser visto como el bachiller al que le había ido bien, vituperando a la Gran Bretaña “socialista” por sus altas tasas impositivas.

Por esto debemos perdonarlo, ya que en La Naranja Mecánica Anthony Burgess produjo uno de los grandes momentos de la literatura inglesa del siglo XX. Que esto no haya sido suficiente para él es parte de su tristeza personal, pero a la vez es el último tributo a él como un escritor genuino y de ambición masiva. Y es también quizás un llamado a todos nosotros a examinar, y posiblemente re-evaluar, el resto de su obra.

*(De Brobdingnag, una isla de los Viajes de Gulliver. Se refiere a algo de gran tamaño, enorme)

** Harold Maurice Macmillan fue un político británico conservador y hombre de estado que ocupó el cargo de Primer Ministro del Reino Unido desde el 10 de enero de 1957 hasta el 18 de octubre de 1963. Condujo a los Conservadores a la victoria en las elecciones generales de 1959, incrementando la mayoría de su partido de 67 a 107 bancas. La campaña estuvo basada en las mejoras económicas alcanzadas; el eslogan “La vida es mejor bajo el gobierno conservador” hacía juego con la apreciación de Macmillan: “De veras, seamos francos — nuestro pueblo nunca estuvo mejor”, usualmente parafraseado como “Nunca estuviste mejor” (literalmente sería algo así como “Nunca la tuviste tan buena”). Esta retórica reflejó la nueva realidad de una clase trabajadora con más poder adquisitivo; se dijo que “el factor clave en la victoria Conservadora fue que el salario real promedio de trabajadores industriales se había incrementado en más de un 20% desde el de Churchill en 1951. Fuente: Wikipedia.

Esta es una introducción editada de la nueva edición de La Naranja Mecánica de Folio Society, ilustrada por Ben Jones. Traducción: Victoria Sosa Corrales . Acá el original: http://www.telegraph.co.uk/culture/books/11129134/Irvine-Welsh-the-savage-greatness-of-A-Clockwork-Orange.html

Originally published at http://www.tumblr.com.

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